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Muchos viajeros europeos dan noticias de la costumbre de los nativos de fumar las hojas secas de tabaco y arrolladas, en las Antillas, la Florida, México y Brasil. Los indígenas utilizaban ciertos artilugios en forma de rollo de hojas o unos tubos a manera de pipas. Los nuevos moradores y los visitantes adoptaron así un hábito, que pronto llegó a generalizarse en forma universal.
Las semillas del tabaco fueron
llevadas por fray Román Pane a España en 1518, por los portugueses a su madre
patria y Japón en 1573, por el nuncio papal Próspero Santacroce Publicóla de
Lisboa a Italia y por Walter Raleigh a Inglaterra en 1565. Jean Ni–cot de
Villemain, embajador de Francia ante la corte portuguesa, envió en 1560 a la
reina madre de su país, Catalina de Medici, esta hierba codiciada, cuyas
virtudes medicinales había él comprobado. De este modo el empleo del tabaco se
puso de moda en dicho país, gracias al ejemplo que daban la propia reina y el
gran prior Francisco de Lorena. Por eso se dieron al vegetal los nombres de
Nicotiana, hierba de la reina o hierba del Prior. El nombre botánico (Nicotiana
tabacum) y el de su nefasto alcaloide(nicotina) provienen del
apellido Nicot.
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En el México ya independiente
–diciembre de 1839– la Sra. Calderón de la Barca, esposa del primer
representante diplomático español ante el gobierno de la Repáblica Mexicana,
escribió a propósito de una función teatral a la que le tocó asistir: "Fumaba
todo el patio, fumaban las galerías, fumaban los palcos, fumaba el apuntador,
de cuya concha salía una rizada espiral de humo, que daba a sus profecías un
viso de oráculo deifico. La fuerza de la costumbre de fumar no podía ir más
lejos". Y al relatar sus impresiones de una tarde en el paseo de
Bucareli, se expresa así: "Suelen salir, a veces, espirales de humo
de los carruajes –hay que advertirlo–de los más anticuados y de los de
alquiler... ".
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